jueves, 29 de noviembre de 2012



NUESTRO MAL DE ESCUELA
     
Leer  Mal de escuela para mí ha supuesto una lucha con mi yo interior, sobre aquello que quiero y no quiero ser y hacer a partir de ahora. En muchos aspectos ha abierto mi mente porque aunque no me sintiera 100% un "zoquete" si que me he sentido identificado con algunos comportamientos que estos mostraban en algún caso, de cara al profesor. He comprendido algunas de las formas de actuar que he tenido y ha tenido el profesor a lo largo de mi educación escolar  en determinados momentos, y esto me ha hecho comprender que estuve equivocado en un tiempo atrás y que lo importante en la educación no es obtener un conocimiento presente, y vacío futuro, sino abrir y abrirte camino con el conocimiento como compañero de viaje. El conocimiento, es como el amigo que te acompaña a todos los lugares si te ganas su amistad, aquel que te demuestra cosas nuevas cada día, una ventana por la que miras y por el que eliges tomar una decisión u otra, en definitiva el que te ayuda a buscar tu lo, tu eso, tu ello, tu Yo interior.

Esta novela me ha echo posicionarme en la piel del alumno que fui y en la del profesor que seré comprendiendo que ningún integrante de clase sobra, todos podemos aprender de todos, del profesor, del alumno golosina e incluso el profesor puede aprender de un "zoquete".

 En la mayoría de los casos la ignorancia (del "zoquete") es algo superable. La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia. No sabemos por que no queremos saber. Pero para  superar esa enfermedad llamada ignorancia, en ocasiones necesitas la manos de un o varios salvadores. El salvador de la ignorancia es una persona que capta la atención de cualquiera de una manera diferente a otros y que te ayuda a integrarte en el conocimiento, de forma compleja quizás, pero efectiva. En definitiva el que te ayuda a continuar volando para seguir a tu bandada de golondrinas.

 Te darás cuenta de la ignorancia del necio porque el saber y la razón hablan y la ignorancia y el error gritan. Esta frase me recuerda a la fabula Jean de la Font aine  que nombra Pena en el libro:

EL NIÑO Y EL MAESTRO DE LA ESCUELA

    En esta fabulita quiero haceros ver cuán
intempestivas son a veces las reconvenciones de
los necios.
Un Muchacho cayó al agua, jugando a la orilla del
Sena. Quiso Dios que creciese allí un sauce, cuyas
ramas fueron su salvación. Asido estaba a ellas,
cuando pasó un Maestro de escuela. Gritó el
Niño: “¡Socorro, que muero!” Aquel, oyendo los
gritos, se volvió hacia el niño y, muy grave y 28
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tieso, de esta manera le adoctrinó: “¿Habrase
visto pillete como él? Contemplad en qué apuro le
ha puesto su atolondramiento. ¡Encargaos
después de calaverillas como éste! ¡Cuán
desgraciados son los padres que tienen que cuidar
de tan malas crías! ¡Bien dignos son de lástima!” y
terminada la filípica, sacó al Muchacho a la orilla.
Alcanza esta crítica a muchos que no se lo
figuran. No hay charlatán, censor, ni pedante, a
quien no siente bien el discursillo aquí expuesto y
de pedantes, censores y charlatanes, es larga la
familia. Dios hizo muy fecunda esta raza. Venga o
no venga al caso, no piensan en otra cosa que en
lucir su oratoria.
–Amigo mío, sácame del apuro y guarda para
después la reprimenda.

El profesor de hoy debe estar preparado para el cara cara con una clase de niños clientes. El alumno no es un hijo deseado como para que se deshagan de gratitud los miembros del cuerpo docente. Las necesidades de instruirse son difíciles de colmar pero hay que despertarlas. Dura tarea para el profesor, este conflicto entre los deseos y las necesidades. Y dolorosa perspectiva para el joven cliente tener que preocuparse por sus necesidades en deprimento de sus deseos: vaciarse la cabeza para formarse el espíritu. Desengancharse para conectarse al saber, tocar pseodibicuidad de las maquinas por la universalidad de los conocimientos, olvidar los relucientes chirimbolos para asimilar abstracciones invisibles. Y tener que pagar esos conocimientos escolares cuando la satisfacción de los deseos, en cambio, no le compromete a nada. Pues, paradoja de la enseñanza gratuita, la escuela de la Republica sigue siendo hoy el ultimo lugar de la sociedad de mercado donde el niño cliente tiene que pagar con su persona, ceder al toma y daca: Saber a cambio de trabajo, conocimientos a cambio de esfuerzo, el acceso a la universalidad a cambio del ejercicio solitario de la reflexión, una vaga promesa de porvenir a cambio de una plena presencia escolar, eso es lo que la escuela le exige.

Pennac insiste que el mal estudiante hay que tratarle con el debido cuidado, y que la solución quizás resida en los docentes, porque la participación de los alumnos en la clase, el que se fijen en lo que se trata en el aula, depende en última instancia del profesor, en la materia, materia enquistada durante 50 min de clase.

Ante alumnos desganados, desmotivados, se tendrá que comenzar a trabajar de forma diferente: “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Ese es el gran problema de la escuela desde mi punto de vista. La sociedad del hoy no es la misma que la de hace unos años, pero la escuela continua siendo la misma, aunque ha comenzado ha cambiar, los resultados nos muestran que hay algo que se hace mal. El profesor hace conducir al alumno al conocimiento de la escuela, el buen profesor ha de superar su pensamiento de no estar preparado, el aburrimiento de sus alumnos, ofreciendo retos accesibles e interesantes a todo el grupo, no solo a unos pocos, desechar el pensamiento de que el mal estudiante es el único responsable de su incapacidad para aprender.
No hay que intentar formar médicos, abogados…si no personas, con una visión crítica, con capacidad para decidir y afrontar el proceso de toma de decisiones, personas competentes que sepan comunicarse y ponerse en lugar de otros. Las circunstancias cambiantes a las que se encuentra la escuela, hacen que la labor del profesor sea cuestionada.
Hemos perdido la cultura del esfuerzo, ahora no se encontramos ante la cultura de la inmediatez. Todo tiene que ocurrir rápidamente, encender el ordenador y que la conexión a internet sea inmediata, que no falle, que sea rápido y los alumnos viven esto desde su nacimiento, pero en su aterrizaje en las aulas se encuentran que se pide esfuerzo, trabajo y que todo esto no es inmediato, sino que se necesita un tiempo, para que las ideas maduren y que permanezcan para llegar a reproducirlas. Esto no es tan divertido, no hay una recompensa inmediata, se cometen errores y el fracaso no está bien visto, es preferible no intentarlo a arriesgarse a fracasar.

La idea de que es posible enseñar sin dificultades se debe a una representación etérea del alumno. La prudencia pedagógica debería representarnos al zoquete como alumno mas normal: el que justifica plenamente la función de profesor puesto que debemos enseñárselo todo, comenzando por la necesidad misma de aprender. Ahora bien, no es así. Desde la noche de los tiempos escolares, el alumno que menos resistencia opone a la enseñanza, el que nunca dudaría de nuestro saber y o pondría a prueba nuestra competencia, un alumno conquistado de antemano, dotado de una comprensión inmediata, que nos ahorraría la búsqueda de vías de acceso a su comprensión, un alumno naturalmente habitado por la necesidad de aprender, que dejar de ser un chiquillo turbulento o un adolescente problemático durante nuestra hora de clase, un alumno convencido desde la cuna que es preciso contener los propios apetitos  y las propias emociones con el ejercicio de la razón si no se quiere vivir en una jungla de depredadores, un alumno seguro de que la vida intelectual es una fuente de placeres que pueden variar hasta el infinito, refinarse extremadamente, cuando la mayoría de nuestros restantes placeres están condenados a la monotonía de la repetición o al desgaste del cuerpo, en resumen, un alumno que habría comprendido que el saber es la única solución: solución para la esclavitud en la que nos mantendrá la ignorancia y único consuelo paras nuestra ontológica soledad.


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